Maña, cariño y paciencia imprimen una treintena de alumnos al aprendizaje del arte de la cestería desde hoy en el Cabildo

06-02-2017

- Maña, cariño y paciencia imprimen una treintena de alumnos al aprendizaje del arte de la cestería desde hoy en el Cabildo

Una treintena de alumnos imprimirá maña, cariño y mucha paciencia al tradicional arte de la cestería que aprenden desde hoy en la Sala de la Fedac, convertida por el Cabildo en escuela de oficios artesanos en pleno barrio de Triana, donde los transeúntes pueden admirar los avances y, tal vez, apuntarse al próximo curso.



Es el primero de los que ha organizado la Fundación para el Desarrollo de la Etnografía y la Artesanía Canaria (Fedac) dentro de su nueva programación en La Sala, que está teniendo una excelente acogida, informó la consejera de Artesanía del Cabildo, Minerva Alonso.

La cestería la aprenderán de la mano de Pablo Betancor, quien aprendió el oficio con el artesano moyense Luis Zerpa, “un excelente profesor” ya fallecido que le enseñó cómo tratar el material para conseguir un resultado de calidad tanto desde el punto de vista de la estética como por su robustez.

Los alumnos aprenden de él a recolectar la caña, que suele hacerse en julio, y a desojarla y limpiarla hasta que emerja la capa brillante y de color amarillo tan característica de la cestería tradicional de Gran Canaria, para después cortarla en dos mitades, ponerla a remojo durante dos horas y dejarla secar a la sombra.

Con la caña que ha resultado de este proceso, el artesano golpea con un martillo de madera cada mitad y comienza a darle forma con maña, paciencia y “mucho cariño”, para evitar así la ruptura del material.

El alumno comienza de esta forma a construir un pequeño cesto donde la base está formada por un entretejido de tiras a las que bordean las llamadas madres, que son las encargadas de dar refuerzo al fondo y definir el diámetro de la cesta, así como su forma definitiva.

De ese fondo parten, a su vez, otras tiras que serán las guías entre las que el artesano seguirá tejiendo hasta conformar un cesto (más grande y profundo), una barqueta (rectangular y más baja) o cestitos para llevar comida o recoger los huevos de las gallinas, entre otros usos.

Lo más difícil de todo el proceso para los alumnos es dar el toque justo de fuerza para trabajar la caña sin partirla, ese equilibrio entre firmeza y cariño es lo que precisa el material para obtener como resultado un objeto que, tras la llegada del plástico, ha pasado a ser minoritario.

“El que hace un cesto, hace cientos”, resume Betancor ante la pregunta de uno de sus alumnos que pregunta por su secreto para hacer de este oficio todo un arte.



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